pongo mi ropa en una percha
pero me siguen sobrando unos cuantos kilos
unos catorce kilos concretamente.
Me dices, cariño, mi vida, mi florecilla también,
me dices dejame hablar,
joder, me dices, que no te dejo hablar nunca,
y me cuelgas
para que me tengan que volver a cobrar
el establecimiento de llamada,
pero no tengo tu calor
de tu palma
sujetando mi teta por debajo justo del pezón.
No uso faja,
me gusta el balanceo y los órganos.
Estructuro de forma abismal, la manera exacta de no darte la mano por la calle.
Mi hueco, es una arquitectura sencilla pero imposible.
Me llamas y cuelgas para que yo te llame.
Me llamas y no te lo cojo, porque probablemente no me apetece.
Esto es un infierno, me dices,
sin ti.
Yo, no he adelgazado ni un solo kilo desde que te fuiste.
Pensé que volverías pronto, o ya.
Hago fotos a los músicos que cantan rancheras,
bailo con un señor anónimo,
protejo el olor de tu AXE,
que es el mismo que todos los olores de todos lo que miro pensando que son tú que vuelves.
Te llamo y no te dejo hablar.
Rebeca Figueroa
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